Asociación de mujeres desgraciadas
"Algún día te encontraré". Lo dije en voz alta, con la mirada clavada al fondo del oscuro tambor de la lavadora, allá donde hay una especie de algo al que insulto a menudo y cuya misión es robar calcetines con el fin de deshacer las parejas. Se me ocurrió bautizar a algo para otorgarle una identidad más concreta ya que nuestra intimidad estaba más que establecida. La imaginación me llevó hasta Aurorita, una chica que un día fue feliz y al dejar de serlo hizo suya la misión de que a su alrededor fuera infeliz cuanta más gente mejor. Fue un hombre quien la lanzó al abismo de una soledad no deseada, un aparejador sin proyectos y al que la burbuja del ladrillo estalló en la cara, pero consiguió un crédito y se compró un taxi. Ella tenía (aún tiene) una lencería en el barrio de Les Corts, un local de no más de 12 metros cuadrados a reventar de cajas de bragas y sujetadores, todo en un orden germánico, consecuencia de un ADN adquirido de su padre, emigrante en la Aleman