La resignación de las mujeres que dan con un mal hombre
No seré yo quien quite un ápice de valor al trabajo de las mujeres que fueron madres en los años 60 o 70 del siglo pasado, pero lo nuestro no es sencillo. Para nuestras madres, tías y abuelas no casarse –o casarse y no parir– significaba un estigma social general. Era así para todas ellas, salvo que profesasen los votos religiosos. Parir, parieron con dolor. Resultaba impensable hablar con claridad de la planificación familiar y muchas, que no sabían cómo evitar un embarazo tras otro, se cargaron de hijos en estructuras familiares con una escasez económica y cultural aterradoras. Las que tropezaban con un mal hombre debían resignarse, a las buenas o a las malas, y soportar los malos tratos morales o físicos. Las que sufrían algún abuso sexual preferían guardar silencio e intentar evitar la estigmatización social. Pues bien, nos sacaron adelante y supieron cambiar, casi de un día para otro, para entregarnos las posibilidades y libertades de las que no gozaron ellas. La mayorí