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Mostrando entradas de agosto, 2014

La resignación de las mujeres que dan con un mal hombre

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No seré yo quien quite un ápice de valor al trabajo de las mujeres que fueron madres en los años 60 o 70 del siglo pasado, pero lo nuestro no es sencillo. Para nuestras madres, tías y abuelas no casarse –o casarse y no parir– significaba un estigma social general. Era así para todas ellas, salvo que profesasen los votos religiosos. Parir, parieron con dolor. Resultaba impensable hablar con claridad de la planificación familiar y muchas, que no sabían cómo evitar un embarazo tras otro, se cargaron de hijos en estructuras familiares con una escasez económica y cultural aterradoras. Las que tropezaban con un mal hombre debían resignarse, a las buenas o a las malas, y soportar los malos tratos morales o físicos. Las que sufrían algún abuso sexual preferían guardar silencio e intentar evitar la estigmatización social. Pues bien, nos sacaron adelante y supieron cambiar, casi de un día para otro, para entregarnos las posibilidades y libertades de las que no gozaron ellas. La mayorí

Las mujeres siguen siendo las esclavas de la casa

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Las mujeres dedican dos horas y cuarto más cada día a las labores domésticas que los hombres, según la última encuesta de Empleo del Tiempo del Instituto Nacional de Estadística (INE). Y por mucho que parezca, esta cifra es inferior a la de hace unos años. La brecha entre sexos se acorta, pero sigue existiendo. Pocas cosas causan tantas disputas domésticas como el reparto de las labores del hogar. Tareas como ir a la compra, limpiar la casa o planchar la ropa suponen una jornada laboral extra por la que no todos los españoles quieren pasar. Solo el 17% de los encuestados (hombres y mujeres) afirma compartir este trabajo doméstico al 50% con su pareja. La directora de cine Gracia Querejeta ahonda en la idea de que siempre son las mujeres las que acaban encargándose de la mayoría de estos quehaceres. Por opinión propia y por las quejas que escucha de sus amigas. La actriz Patricia Vico disiente con un matiz importante: los hombres cada vez se implican más en el cuidado y la educac

Yelena la rusa campechana

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A unas horas de la final, mi mensaje para Yelena Isinbayeva es: ojalá salgas por la puerta grande, con el oro, en Moscú, donde, hace ya tres años, decidiste que te retirarías. Se marchará siendo eterna, por lo que ha supuesto para nuestro deporte y, especialmente, para nosotras, tus compañeras de competición. Aunque siempre nos mirase desde arriba, inalcanzable, nunca nos miró por encima del hombro. Sentíamos su respeto, su simpatía.  Captaba la atención mediática, en la pista se comportaba como la estrella que era, sin embargo, fuera resultaba bien maja. Para ser rusa, muy abierta. No puedo decir que sea mi amiga, pero sí que la conozco bien, muy bien, pues compartimos entrenamientos durante dos meses de 2007. Por entonces, después de saltar 4,56 metros, mi entrenador, Jon Karla Lizeaga, y yo pensamos que sería una buena idea desplazarnos a Formia (Italia), donde Yelena estaba entrenándose con Vitaly Petrov, el hombre que ya había dirigido a Sergey Bubka, otro mito de la pé

Me han salido los tres hijos autistas

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Jaime, Alejandro y Álvaro están en la piscina, el único lugar donde hay vida en esta tórrida tarde. Están pasando el verano en el chalé de la tía Esperanza, una bonita casa con jardín, en una urbanización en las afueras de Brenes, a unos 30 kilómetros de Sevilla. Me saludan con efusión, como si me conocieran de toda la vida. "¿Y tú cómo te llamas? ¿Naciste en casa o en el hospital? ¿En qué día? ¿Me dejas darte un beso en la boca?", me atropella el primero a preguntas. Repiten mi nombre despacio, saboreando cada sílaba, con fuerza, como queriéndolo agarrar para que no se les olvide nunca. Más allá de lo que ven nuestros ojos, percibe nuestra mente o siente nuestro corazón, hay un mundo ideal donde todo se comparte, donde nadie quiere ser más que el otro. Un mundo donde no existe la mentira, el sarcasmo o la picardía. Y ese mundo existe: El mundo de los autistas . Y por partida triple. Lo encontramos en el hogar de los Morillo–Aguilar, una pareja sevillana con tres h