Igual que Bajel el de Espronceda

Habla y ríe Imanol Uribe (San Salvador, 1950) como el bajel de Espronceda, con diez cañones por banda. Hijo de un aventurero empresario del calzado que marchó a Centroamérica a hacer negocios, creció entre el internado y el cine, entre el cine y el internado, y, claro, pasó lo que pasó, que acabó queriendo hacer películas. La Transición lo cogió con veintitantos y una cámara, y se marchó al País Vasco, a ver si entendía qué era ETA y otras cosas.

Le salieron títulos como El proceso de Burgos (1979), La fuga de Segovia (1981), La muerte de Mikel (1984), que restallaron como lo hace hoy su voz, emergida de esa caja de resonancia corpulenta que lo encarna. Ante el ruido ambiental desarrolló piel de paquidermo y siguió de frente. Por el camino sumó 15 Goyas con dos películas, El rey pasmado, de 1991 (siete estatuillas), y Días contados, de 1994 (otras ocho), pero sobre todo fue haciendo oficio, oficio que ahora asoma en Miel de naranjas, Biznaga de Plata a la Mejor Dirección en el Festival de Málaga. Más de cuatro años después de su último largometraje, Uribe ha filmado con el pulso que se le supone este guion ajeno, a medio camino entre el suspense y el drama, sobre disidentes y tribunales militares en la España de 1950.

Acudimos a la entrevista un jueves, 75 aniversario del bombardeo de Guernica y, según dicen en la radio, Día Internacional de la Diversión en el Trabajo.

P.¿Usted se divierte trabajando?

R.Bueno, hasta tal punto que me levantaría todos los días de mi vida para ir a rodar. Es como un chute en vena. Llevaba cuatro años y pico sin rodar, y tenía mono.

P. Cuatro años y pico, que son un tiempo relativamente largo...

R. Sí, es largo. Mis ciclos, normalmente, suelen ser de una película cada dos años o dos años y medio. Últimamente se han ido alargando un poco, porque estamos en una situación más complicada, y me da la sensación de que cada vez se van a alargar más... Y normalmente estás metido en varios proyectos de los que al final sale uno. José Luis Borau dice que su media es uno de nueve. Bueno, para mí, uno de tres.

P. ¿Cómo le llegó Miel de naranjas?

R. Fui jurado del Premio SGAE de Guion Julio Alejandro en 2009 y se lo dimos por unanimidad a Miel de naranjas. A mí me pareció estupendo, pensaba acercarme a la guionista, Remedios Crespo, y decirle: "Oye, quiero hacerlo", pero ella comentó que era la película de su vida, que la quería dirigir y no dije nada. Un año después me llamó Enrique González Macho [el productor]: "Tengo un guion encima de la mesa que me gustaría que dirigieras...".

P. Sin saber que usted ya lo conocía...

R. Sin saber nada. A veces las películas te persiguen. Me pasó con Plenilunio. A veces la película viene a por ti.

P. ¿Y por qué le gustó, qué vio en ese guion que le llevó a decir: "Pues me gustaría hacer esta película"?

R. Todo lo relacionado con las consecuencias de la Guerra Civil me parece atractivo. Creo que es un tema que se ha explotado muy poco, en contra de lo que la gente piensa y dice. Por otro lado, tenía ese carácter de película de aventuras, en la línea de las películas francesas de la Resistencia. Y me parecía un reto, darle un look especial. Asociamos películas ambientadas en los 50 con colores grises, con suciedad. Y aprovechando que rodábamos en Cádiz, con esa luz, buscamos otro look, otro color.

P. Mencionaba a González Macho, que tiene un cameo en la película como psiquiatra y que, además de productor, es presidente de la Academia de Cine. ¿Hay ahí un guiño, es Enrique González Macho el psiquiatra que pastorea a esa banda de locos que es el cine español?

R. No, no, ja, ja, ja... Que cada uno haga la lectura que quiera... Pero no está mal el símil, lo voy a hacer mío... No, yo tenía ganas de que estuviera, como una especie de homenaje, porque la verdad es que yo estaba ahí, navegando entre proyectos que no salían, y su llamada fue estupenda.

P. Hay otra circunstancia en la película que también se presta a segundas lecturas, el hecho de que los militantes clandestinos se reúnan en un cine. ¿Es una forma de decir: "Los que estamos aquí tenemos ese punto subversivo..."?

R. No, voluntariamente no ha sido la intención, es algo que venía ya en el guion de Remedios. Pero no me parece mal esa dimensión, que el cine sea como un sitio de efervescencia en el que la gente quiere cambiar las cosas.

P. ¿Y lo es? ¿Es hoy el cine en España un agente para el cambio como lo podía ser cuando usted empezó?

R. Eran otros tiempos. Yo empecé a hacer cine en la Transición, y creo que en aquella época tenía mucha más influencia, más impacto. Ese papel nos lo ha comido la televisión.

P. ¿Usted por qué hace cine?

R. Mi abuela me contaba siempre que, con 13 o 14 años, cuando todo el mundo decía que quería ser bombero, policía, vaquero..., yo decía que quería ser director de cine. En aquella época yo era un chaval solitario, bastante introvertido. Tenía pocos amigos y me refugiaba en el cine. Y en 1960, estando interno en Tudela, mi padre vino de Tokio y me trajo una cámara de 8 mm.

P. ¿Y por qué hace el cine que hace?

R. Bueno, yo me suelo dejar llevar por la intuición. La realidad me llevó a Euskadi de alguna manera. Yo era vasco, toda mi familia es de allí, pero había vivido muy poco allí, conocía muy poco la realidad vasca. Y el cine me llevó allí, el cine entendido como vía de conocimiento. Luego entré en crisis, me sentía un poco oprimido en la etiqueta de cineasta político vasco. Y sí creo que he ido separándome de la realidad, por lo menos de la realidad inmediata.

P. ¿Por algo en especial? ¿No ve cosas interesantes en el entorno?

R. Igual hay cosas interesantes, pero a mí no me apetece hacer cosas directamente vinculadas a la realidad. Igual pasado mañana hago una película de rabiosa actualidad, pero no lo creo. Para eso ya están los telediarios.

P. Cuando ve esos telediarios, cuando lee los periódicos, ¿lo hace con distancia?

R. Cada vez más. Hombre, esta mañana he visto por Internet los periódicos... Pero es una vista por encima. Antes sí dedicaba mucho tiempo, profundizaba en las noticias... Ahora no; ahora es ver un poco por encima de qué va y a otra cosa, un paso obligado que haces por las mañanas.

P. ¿Eso no se llama desencanto?

R. Sí, puede ser. Yo sí estoy desencantado con la realidad, no me gusta, no me atrae, no me apetece.

P. ¿No le interesa cambiarla?

R. Hombre, si tuviera herramientas, lo haría. Pero el cine es ya una herramienta muy pequeñita para cambiar nada. Es muy difícil que una película consiga cambiar la realidad, lo hace una entre un millón.

P. ¿Le ha salido cara esa concepción del cine como manera de entender la realidad, particularmente cuando se ha fijado en el País Vasco?

R. No especialmente. Lo más delicado fue la época de la Transición, pero, vamos, pequeñas anécdotas.

P. ¿Nunca ha recibido amenazas?

R. Una vez me amenazaron, pero nada... Lo que sí era un poco agobiante era que había que estar posicionándose constantemente sobre todo. Cuando hice El proceso de Burgos aparecía en los medios como directamente vinculado a HB. Cuando hice La fuga de Segovia ya era, evidentemente, de Euskadiko Ezkerra, y cuando hice La muerte de Mikel, del PSOE. Siempre había necesidad de etiquetar todo.

P. ¿Sigue yendo por el País Vasco?

R. Sí, tengo a mi familia allí. Mi madre y un hermano viven en Bilbao. Y voy mucho a San Sebastián, porque viví seis años allí.

P. ¿En qué época?

R. De 1980 a 1986, la mejor época de mi vida: de los 30 a los 36 años, cuando empezaba a hacer cine... Por Donosti siento ese apego de los mejores años de mi vida. Cuando puedo, voy. Pero, vamos, a comer, a pasarlo bien, a ver a los amigos...

P. ¿Y cómo ve el panorama?

R. Bueno, va fluyendo, vamos a ver... Me da la sensación de que hemos salido de lo más oscuro del túnel y se ve luz al fondo. No me entra en la cabeza una involución ahora, que ETA vuelva, que rebrote el terrorismo, no, no, no me parece posible. Si eso se gestiona medianamente... con normalidad, creo que, poco a poco, se saldrá de ahí. Históricamente de todas las guerras, de todas las situaciones terribles, se sale.

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