La genialidad de Prince
Su genialidad fue durante los últimos cinco años una especie de artículo de fe que jamás discutía nadie. Ahora la tendencia a entronizarle parece haber dado una vuelta completa y la nueva moda consiste en echarle rapapolvos acusándole de no rendir lo suficiente; como a un niño que durante cursos ha sido el primero de la clase y que de pronto, harto de hacerlo todo bien, se dedica a salir con chicas en vez de pasar los fines de semana estudiando. Sus últimos discos, las entregas posteriores a Sing of the Times, comenzaron a despojarle del aura de artista prolífico y siempre perfecto que se había ganado a pulso, desde que a los 19 años sacara su primer disco, en el que él producía y componía todos los temas, además de tocar casi todos los instrumentos.
El colmo del descaro, lo que sus fans difícilmente podrán perdonarle, fueron sus últimas declaraciones asegurando que no iba a componer ni una sola canción más; que con el material que ya había construido en su laboratorio musical de Parsley Park tenía para llenar al menos diez Lps -bastante más de a lo que le tenía obligado su contrato multimillonario con Warner Records, compañía de la que es vicepresidente.
Y es que la máquina musical del insomne músico de Minneapolis llevaba sin pararse casi quince años. Ahora, cuando ve que las felicitaciones de fin de curso y la admiración incondicional del público comienzan a flaquear decide dar un cambio radical, tomarse un respiro editando un compact triple de grandes éxitos, que saldrá a la luz el mes de septiembre y en el que incluye tres temas nuevos: Peach, Pink Cashemere, Pope y el Nothing compares to U, popularizado por Sinèad O'Connor e interpretado hace años por The Family, pero que jamás había estado incluido en su repertorio, aunque fuera el autor de la canción.
Su otra novedad para esta temporada ha consistido en cambiar su nombre artístico por otro que vuelve locos a los editores de las revistas: un símbolo en el que se unen el signo masculino y el femenino, imposible de reproducir por el teclado de cualquier imprenta y por supuesto, difícil de pronunciar a no ser que él se dedique a indicar los fonemas del símbolo en cuestión, que parece que por fin en sus conciertos españoles va a explicar cómo se pronuncia, cómo quiere que le llamen a partir de ahora.
En la gira de este año, la última con su grupo New Power Generation, el rey de las colaboraciones musicales repasa durante dos horas y media los temas que le han llevado a la cumbre, todo ello rodeado de una parafernalia increíble, un equipo técnico fantástico y los números de baile que siempre han enganchado al diminuto artista norteamericano. Para que no acaben de echársele los perros encima, ha incluido en estos conciertos uno de sus temas inéditos, Peach, con el que saciar los oídos ávidos de novedades de sus fans.
Durante algún tiempo parece que va a dedicarse a cumplir el contrato que ha firmado con Warner para conducir productos multimedia y abandonará por algunos meses -no se sabe si años- sus proyectos estrictamente musicales y todo lo que esto lleva consigo.
No se sabe cómo será la imagen de Prince como solemne hombre de negocios, lo cierto es que por el momento se acabarán las historias en las que se le relacionaba con artistas -siempre femeninas- como Cat, Sheila E., Martika, Ingrid Chávez o Kim Bassinger, a las que -a excepción de la Bassinger- solía recluir en su estudio de Minneapolis para grabarles algún tema y convertirlas en novias pasajeras. Una forma de incrementar el mito de rey de la música más lúbrica, que él nunca se ha molestado en desmentir. Desde que se decidiera a ponerle el título de Dirty Mind a uno de sus discos Prince se ha convertido en uno de los músicos que mejor ha sabido expresar en los surcos de sus discos una sexualidad explícita -sólo comparable a los desvarios de uno de sus maestros, James Brownque gracias a declaraciones de las sucesivas amantes y a segundas lecturas de sus letras -no demasiado complicadas- han hecho de Prince un mito sexual que apasiona a todo el mundo, capaz de incompresiblemente dar la imagen de macho perfecto subido en tacones más altos que sus novias, con maquillajes más sofisticados aún y modelos bastante más atrevidos que los de ellas.
Pasos estudiados para un músico que ha sabido combinar sin disimulo las tendencias de artistas como Hendrix, James Brown o Sly and the Family Stone pero que a su vez se ha encargado de innovar, de crear un estilo absolutamente propio que músicos posteriores se han encargado de imitar. Pocos han logrado contratos discográficos tan bien armados como el suyo; sólo algunos elegidos han conseguido combinar prestigio absoluto y mitomanías irracionales con la comercialidad más descarada y uno sólo, él mismo, es capaz de cometer un amago de retiro a los 35, permitirse el lujo de dejarlo casi todo durante algún tiempo y reinventarse a sí mismo. Dicen que ésta es la última oportunidad de verle en directo, nadie acaba de creérselo pero, por si acaso, la mayoría, supersticiosamente, se lanza a ver de cerca los trucos de Prince o como se llame.
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