El lujo de la bisutería
Coco Chanel dijo un día que muy pocas mujeres saben no lleva joyas... Joyas y perfumes son, desde el inicio de la civilización, indiscutibles envoltorios de la esencia de la seducción. El efecto mágico de los brillos de las gemas y los metales ejerce una fasciación que en otros tiempos les otorgaba poderes misteriosos.

La razón que me ha empujado a imaginar joyas falsas, es de la encontrarlas desprovistas de arrogancia, en una época de fasto demasiado fácil...», diría Mll. Chanel poco tiempo después de abrir su taller de bisutería, en 1924. Desde entonces, las perlas y las piedras semipreciosas de Bohemia engarzadas en monturas doradas, ostentosas y barrocas, entran a formar parte del mundo del accesorio, hecho para adornar el traje, con lujo y diversión. Pues la ostentación de la bisutería es obvia, y su valor, estético. Es, en cierto modo, el triunfo de la Moda -encarnado entonces en Mll. Chanel- sobre la Arrogancia.
El furor que causó tal lanzamiento provocó un rápido desmembramiento de la bisutería como accesorio exclusivo de un traje, convirtiéndola en un oficio y una industria originales y con vida propia. Aunque en las esferas del lujo, además de Chanel, grandes modistos como Yves Saint Laurent, Dior y Christian Lacroix siguen creando sus propias «joyas», como ornamento fastuoso de sus colecciones. La bisutería es elegante en la medida en que se sabe llevar: con generosidad, obviando lo que ya es obvio, y en la confianza de que cumple con su efímera misión ornamental. Pues efímera es la esencia del abalorio... y efímera es la Navidad, la fiesta de los adornos y los regalos.
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