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Mostrando entradas de mayo, 2016

Lugares con alma

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¿Sabes? Al José Alfredo he ido alguna noche solo. Sencillamente a apoyarme en la barra e ir tomándole la postura a esa eternidad que dispensan hasta la tres de la madrugada algunos bares de la ciudad.  Sucede algo en ese costado de la Gran Vía que sólo se da en aquellos locales que han superado la podredumbre ambiental de lo obvio y gastan una temperatura propia, allá donde un hombre no es sustituido por otro bizqueando sobre el escote abisal de la misma camarera. El José Alfredo es una forma de estar en Madrid, una manera de asumir la madrugada como único argumento de la obra. Mola entrar en él y no sentir esa horrible cualidad de igualador que implica todo alcohol abrevado en manada. Lo primero que ves al entrar es la barra con almohadilla vintage que está en el garito desde que era un antro con modales de pub inglés, allá por los 60/70. Justo antes de convertirse en grasa bar de platos combinados. Hasta que un día asumió el tinglado Marcos Mastretta y la cosa funcionó. 

El palio de la Virgen de la Victoria

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Si quiere que le cuente lo que opino de lo sucedido el miércoles le digo que espere, que antes debo contarles las vivencias del Jueves Santo, un día esplendoroso marcado por la salida masiva de sevillanos a las calles para presenciar el paso de las cofradías.  Fue curioso acercarse al barrio de Los Remedios para contemplar los pasos de hermandad de Las Cigarreras. Han tenido el acierto de salir a la calle Asunción, lo que acerca la cofradía a los vecinos. El paso del misterio resulta algo tenebroso, ya por las vestimentas de los sayones y romanos, ya por el propio color negro de las pequeñas plumas de los soldados que azotan al Señor. Admito mi debilidad por el palio de la Virgen de la Victoria. Hace unos años pedía desde esta modesta tribuna de una semana al año la coronación de la Virgen. Malos tiempos para más coronaciones. Pero no importa; Nuestra Señora de la Victoria sigue tan bella, el palio sigue siendo un modelo de elegancia sevillana, hasta el punto de que en un

El sentimiento religioso es un tumor cerebral

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El más admirable de los libros de Platón, La República, empieza así: «Bajé ayer al Pireo acompañado de Glaucón, hijo de Aristón, con el propósito de asistir a la fiesta y elevar mis oraciones a la diosa.  Me pareció verdaderamente muy bella la procesión de los del pueblo». Sin embargo, Platón no creía en las antropomorfas divinidades homéricas y veneraba a un único Dios espiritual muy distinto de las imágenes paseadas por las calles, por mucho que reconociese la belleza de los ritos y cómo aquellas figuras ayudaban a comprender los misterios divinos. Lo escribía no hace mucho en una de sus columnas José Antonio Gómez Marín: «Nuestra mente es incapaz de entender lo que no visualiza; la razón necesita esa andadera que es la imagen».  Cierto. Algo que la Iglesia comprendió enseguida. Sólo los mosaicos del arte paleocristiano, las historias contadas en los pórticos del Románico o los pasos barrocos de Semana Santa hacen posible para muchos el acercamiento a Dios. Pero también es c

Semanas de pasión

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El título de este artículo nace del producto de una sencilla multiplicación. Han sido diez años diez (2001-2010), de paseo de la mano por la geografía andaluza, aunque con paradas más especiales en algunas comarcas, y por despachos múltiples de sindicatos, consultoras, aseguradoras, abogados y antedespachos de la Administración, en los que los ERE fraudulentos (la mayoría legales y necesarios) iban unas veces solos y otras ungidos a las ayudas a empresas en crisis (partida 31.L), conocidas como «fondo de reptiles» (En su casi totalidad, irregulares cuanto menos). Cincuenta y dos semanas por año de procesiones de meritorios por delante de las narices y por debajo de la pluma o bolígrafo a la hora de firmar documentos pertenecientes a los altos cargos de la Administración andaluza da para enterarse de lo que está pasando hasta al monaguillo de las concelebraciones. Máxime cuando salían a tomar una copa o un gin-tonic al bar de la esquina a recibir la comisión o veían engordar sus cu