El sentimiento religioso es un tumor cerebral

El más admirable de los libros de Platón, La República, empieza así: «Bajé ayer al Pireo acompañado de Glaucón, hijo de Aristón, con el propósito de asistir a la fiesta y elevar mis oraciones a la diosa. 

Me pareció verdaderamente muy bella la procesión de los del pueblo». Sin embargo, Platón no creía en las antropomorfas divinidades homéricas y veneraba a un único Dios espiritual muy distinto de las imágenes paseadas por las calles, por mucho que reconociese la belleza de los ritos y cómo aquellas figuras ayudaban a comprender los misterios divinos. Lo escribía no hace mucho en una de sus columnas José Antonio Gómez Marín: «Nuestra mente es incapaz de entender lo que no visualiza; la razón necesita esa andadera que es la imagen». 

Cierto. Algo que la Iglesia comprendió enseguida. Sólo los mosaicos del arte paleocristiano, las historias contadas en los pórticos del Románico o los pasos barrocos de Semana Santa hacen posible para muchos el acercamiento a Dios. Pero también es cierto que el recurso de las imágenes puede llevar a las multitudes de regreso a la idolatría y supersticiones arcaicas; no fue otro el conflicto iconoclasta de Bizancio. La línea que separa el sentimiento religioso de la deriva supersticiosa es frágil, una fragilidad bien conocida y aprovechada por la militancia atea.

Si uno piensa que el sentimiento religioso es un tumor cerebral va de suyo que quiera extirparlo, no es otro el motivo que explica la persistente obsesión del antiteismo por hacer desaparecer de la faz de la tierra todo rastro de la pandemia creyente. Una humanitaria y liberadora tarea para la que existen dos técnicas quirúrgicas de intervención. 

La primera, cortar a grandes tajos, no suele dar resultados y la persecución contra los cristianos siempre acaba con el triunfo del cristianismo; en Rusia lo hemos comprobado a lo largo del siglo XX: setenta años de comunismo para que la Iglesia tenga hoy más presencia que nuca en la vida pública 

La segunda operación es por el contrario más fina y eficaz; algo así como la medicina genética: la introducción en el tumor canceroso de células que la enfermedad no reconozca y poco a poco acaben destruyendo el cáncer dejándolo convertido en una cáscara hueca y ya inofensiva. Con muchas ceremonias y procesiones religiosas vaciadas de su primigenia sustancia puede conseguirse al final un catolicismo sin Dios, que es de lo que se trata.

En Andalucía, tan emotiva en sus manifestaciones y cuando se lucen imágenes sagradas, desde hace años vemos a los sectarios con poder mediático llevar a cabo su experimento sobre la muerte de Dios, silenciando, precisamente, a Dios, a la vez que se favorecen, comentan y difunden creencias y rituales que en el fondo no necesitan de la deidad cristiana. 

No existe contradicción alguna. Muchas procesiones de madrugada en televisión y silencio absoluto sobre los oficios del Viernes Santo. Nada encanta más a la Secta que dar aire televisivo a las Caras de Bélmez, la sangre de San Genaro que se derrite en Nápoles, las apariciones de El Palmar de Troya o las vírgenes de escayola que lloran lágrimas saladas; todo aquello, en fin, que repugna a las minorías cultas y las alejas de Dios; es lo que importa, y no las supersticiones de la plebe. Astutos los hijos de las tinieblas.

Si uno piensa que el sentimiento religioso es un tumor cerebral va de suyo que quiera extirparlo.

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