Acabar con las corbatas
La polémica desatada en Italia a principios de año por el diseñador Gianni Versace, al anunciar la total desaparición de la corbata en sus colecciones, provocó un fuerte contrataque por parte de los más importantes fabricantes de corbatas del mundo, que, unidos, declararon en el diario La Repúbblica: «Nos excusamos ante las personas respetables y con la cabeza en su sitio por las declaraciones del modisto Gianni Versace...». Con el tiempo, la polémica se acalló, pero de ella queda todavía el poso agridulce de la cuestión. ¿Es necesario un uniforme impuesto para obtener respetabilidad? ¿Quién lo impone?. Está claro que la imposición viene del conservadurismo formal de las jerarquías del dinero, apoyadas por la inercia tradicional de las industrias textiles. De ahí que la «buena presencia» sea un pacto de sumisión ante el sistema que teme profundamente que se le cuestione.

La imagen de respetabilidad habrá de lograrse por caminos más arduos que los de la simple obediencia a cánones aceptados: los del análisis de uno mismo, su entorno y su fisonomía, y el posterior hallazgo de una vestimenta adaptable.
La elegancia no es sino una cuestión de actitud, de respeto y armonía entre el cuerpo y la personalidad. Despojarse de ornamentos sobrantes y estereotipados, de símbolos obvios, de caretas de felicidad cosmética es una acción de recomendable modernismo. La inteligencia de la moda emite continuos mensajes de culto al cuerpo, y de abandono de lo banal y lo barroco. Los grandes avances tecnológicos realizados en la producción textil apuntan a un desarrollo notable de nuevos y magníficos tejidos, a la vez que se experimentan continuamente nuevas gamas y combinaciones de colores. Significa esto que la elección del atuendo personal debería guiarse por la información textil (calidad) y no social (forma). En realidad, no existen más uniformes que los militares y los de servicios públicos; por tanto, no deben existir modas y uniformes laborales impuestos por una sociedad temerosa de sí misma y que osa definir algo tan subjetivo como la buena presencia y la respetabilidad.
El camino de la elegancia contemporánea, enormemente ligada al deporte y al trabajo, discurre por un único cauce de sobriedad, comodidad y adaptabilidad, porque, al final, la buena presencia se halla en el ánimo y en la cultura, y no en el disfraz impuesto.
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