Taxi driver a lo colombiano
Cannes se transforma durante la época del Festival en un histérico Babel en el que se compra y se vende todo. Abanderada de los contrastes, ofrece desde los buscavidas más cutres a los más sofisticados, desde exhibicionistas de riqueza escandalosa a cinéfilos que devoran películas a costa de vagabundear y castigar a su estómago, ya que el nivel de los precios hace difícil la supervivencia al turismo pobre. Las grandes estrellas se refugian del acoso de la plebe en el maravilloso hotel Cap D'Antibes, subtitulado con el mítico «La Roca del Edén». En él vivieron sus años de esplendor Scott y Zelda Fitzgerald, y William Faulkner y Howard Hawks escribieron el guión y prepararon el rodaje de Tierra de Faraones. Estos días, ofrece el espectáculo de agrupar en sus aristocráticos pasillos y en su elitista playa a un culturista descerebrado como Sylvester Stallone y a un culturista con estilo como Arnold Schwarzenegger, a un viejo símbolo erótico como Lauren Bacall y a la fascinante madurez de Jessica Lange, al incómodo sindicalista americano Martin Sheen y a su hijo Charlie.

La jornada cinematográfica de ayer en la sección oficial del Festival posibilitó a dos directores noveles, un colombiano y un ruso de vocación y convicción perestroika, demostrar su bisoñez a la hora de narrar con claridad y con ritmo mantenido una historia desde el principio hasta el final. Y sus deseos de plasmar la compleja y tenebrosa realidad que les ha tocado vivir. Rodrigo D. No futuro, dirigida por Víctor Gaviria, cuenta con estilo febril la arrastrada existencia de un grupo de adolescentes, de pequeños canallitas a los que los grandes canallas han condenado a la marginación y a la muerte temprana. Este docudrama transmite el caos existencial y el malestar de estos perros perdidos que apuran el hoy con la certidumbre de que no les espera ningún mañana. La nihilista sensación de verismo por la que atraviesa el espectador durante todo el asfixiante montaje de Rodrigo D.
No futuro se ve confirmada ante el cartelito explicatorio que insertan al final de la película. En él nos informan que cuatro de los actores protagonistas han muerto de forma violenta en el último año. En el filme No Futuro existen las torpezas y las reiteraciones de la mayoría de las óperas primas pero también una autenticidad que pone nervioso al espectador más templado. La película Taxi blues dirigida por Pavel Lounguine, un tartamudo que acaba de ofrecer una embarazosa e interminable rueda de prensa en francés, muestra el enfrentamiento entre un tradicional taxista moscovita y un saxofonista liberado y libertino que sueña con vivir y triunfar en América.
Si se soportan los tres primeros cuartos de hora, en los que no ocurre nada, o lo que ocurre es de una estupidez y sosería alarmante, el resto llega a parecer gracioso. El estupor del taxidriver ruso ante lo que representa el saxofonista, y su temor a la adaptación que exigen los nuevos tiempos, provoca alguna secuencia hilarante. Ambas películas pueden optar a algún premio ya que los jurados de Cannes siempre han poseído, además de sentido del oportunismo, una militante conciencia social. Fuera de concurso, y en la sección «Una cierta mirada», nos hemos deprimido un montón con la soporífera y profunda visión de Andrej Wajda sobre el gueto judío de Varsovia en Korezak y hemos disfrutado ligeramente con la original mirada de la italiana Mónica Vitti sobre una mujer casada que decide filmar su entorno íntimo con una cámara ultramoderna en Escándalo secreto, su primera experiencia como directora. El señor Jack Lang, tan europeísta él, sigue explotando su obsesión y organizando congresos entre cineastas del Este y cineastas occidentales, para lograr una identidad y un frente común contra el enemigo americano. El que se aburre en Cannes es porque quiere.
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