La futura odisea nuclear

El aviso de Vandellós, bajo la sombra de una nueva edición de Chernobil por el riesgo de fusión del reactor, debe tener acuse de recibo urgente en la sociedad española, tan ocupada ahora en elegir Gobierno. Porque la capacidad de reflejos del país ha dejado mucho que desear y parece que el accidente no ha preocupado sino al limitado ámbito de los alcaldes afectados, que ayer pidieron el cierre definitivo de la central.

Las razones, para contemplar seriamente tal posibilidad, son diversas. Yendo de las más inmediatas a las más abstractas, la primera es técnica. Los reactores nucleares de Vandellós acusan la obsolescencia. No en vano, países que están en la vanguardia del sector como el Reino Unido o Francia ya han procedido a retirar los reactores de la serie GCR, que es el prototipo utilizado en Vandellós. Incluso el repuesto, una turbina de la central matriz, la Saint Laurent A-1, está marcada por la huella del tiempo.

De hecho esta central francesa tiene los días contados, ya que cierra el año que viene, después de 22 de funcionamiento. Hay una segunda razón de orden económico. A nadie se le escapa que volver a encender el corazón del «monstruo» nuclear, después del parón para refrigerarlo, supone casi medio año entero de trabajo perdido y un volumen de capital aún por determinar pero en todo caso muy elevado, cuando la utilidad global de la planta está por ver. Una tercera es política. 

Abierta en 1972, con tecnología francesa -cuando el resto de las españolas aplica ya sistemas norteamericanos, mucho más eficaces-, participación accionarial de la Electricité de France y cuatro compañías eléctricas nacionales, Vandellós I tiene previsto su cierre para el 2003. Habría que ver si compensa el coste social y humano por catorce años más de funcionamiento. La comarca circundante, desde luego, no parece salir muy favorecida, tal como han repetido los cinco alcaldes, urgidos por la amenaza de accidentes nucleares. No obstante, un eventual cierre debería calibrar la pérdida de los puestos de trabajo de trescientas familias. Tampoco el resto del país sale beneficiado con el mantenimiento del Polifemo energético. 

A la poderosa razón del miedo a un desastre se une la dudosa eficacia de una tecnología caduca. Ascendiendo a un plano más general, sería interesante encarar -esta semana; precisamente esta semana- a los distintos partidos políticos para que definieran sus menús ecológicos a la vista del accidente y sus motivos. Descubrirían con sorpresa que el origen radica en el atraso tecnológico español, algo que ya denunciaron en plena fiebre regeneracionista cabezas tan clarividentes como Joaquín Costa o Ramón y Cajal, pero que sigue sin resolver casi cien años después. Aunque, en sí misma, la nuclear sea la energía más limpia y barata, de poco sirve si su infraestructura tecnológica es anticuada y ofrece riesgo. Habrá que estudiar, como quieren los alcaldes de la zona, el cierre de Vandellós.

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