Ahora el periodismo se hace en oficinas no en la calle

Parece una persona muy segura de sí misma. Gay Talese (1932) hace preguntas directas sin ningún problema. No alza la voz. Simplemente pregunta. Lo que se le pasa por la cabeza. Y, a menudo, son cosas personales. «¿Tiene usted pareja?». «¿Viven juntos?». «¿Quieren tener hijos?». «¿Se van a casar?». Tras cada pregunta se queda escuchando a su interlocutor, muy serio y sin apartar la mirada. 

No da la impresión de estar juzgando la respuesta, ni de estar tratando de saber qué hay tras ella, qué oculta o qué quiere decir. Tampoco replica, da su opinión o trata de cazar a su interlocutor. Sólo parece escuchar con atención. Pero, como es muy delgado y atlético y tiene un aire inquisitivo, siempre da la impresión de que está grabando lo que oye. Tal vez sea cierto, porque Talese, uno de los hombres que más ha influido en el periodismo del siglo XX, detesta las grabadoras.

Talese tiene un inmenso currículum como escuchador. Ha escuchado a la gente más variada. A mafiosos. A hijos de mafiosos. A dueños de burdeles. A clientes de burdeles, ya que él mismo, para escribir su libro Thy Neighbor's Wife (La mujer de tu prójimo), dirigió dos burdeles en Nueva York en los 70. Ha escuchado a gente que trató con Charles Manson y sus acólitos en los días previos a la matanza que éstos perpetraron en Hollywood, el 9 de agosto de 1969, cuando asesinaron a cinco personas, entre ellas a una embarazada de ocho meses y medio. También ha escuchado a las personas del entorno de Frank Sinatra -incluyendo a su hija, Nancy-, a la estrella del béisbol Joe DiMaggio, y a los boxeadores Muhammed Ali, Floyd Patterson y Joe Louis. Y a los obreros que construyeron el último gran puente de Nueva York, el de Verrazano.

Todo eso se ha plasmado en 12 libros, incluyendo recopilaciones, y en cientos de artículos. Eso, a su vez, le ha dado un Premio Norman Mailer, un galardón que han ganado, entre otros, los Nobel Toni Morrison, Orhan Pamuk y Elie Wesel, y hasta una mención en la canción Communication, del guitarrista de The Who Pete Townsend.

Tal vez debido a sus preguntas, Talese parece estar acostumbrado a liderar las conversaciones de forma natural, sin imponerse a sus contertulios. Pero también tiene su dosis de timidez. Sólo al cabo de una larga cena en un restaurante al lado de su casa, en pleno Upper East Side neoyorquino -el barrio más pijo de Nueva York-, mientras camina por la calle, muy tieso, como siempre, vestido impecable, como siempre -chaleco y corbata, con pañuelo en el bolsillo de la solapa del traje y un sombrero para protegerse del frío de noviembre-, lanza la que, tal vez, ha sido la pregunta que tiene en la cabeza desde hace horas... o días... o semanas. Es la primera vez que pregunta algo con un tono personal, interrogándose más a sí mismo que a los interlocutores:

-Pero, ¿por qué me dan a mí este premio?

EL ESTILO. A Talese, uno de los periodistas más influyentes de la Historia, se le considera pionero del Nuevo Periodismo, una corriente nacida en los 70 y que consiste en utilizar un lenguaje literario que no se correspondía en la época con lo que se supone el rigor periodístico. En concreto Frank Sinatra tiene un catarro, acaso su obra maestra, es una de las obras más idolatradas por el Nuevo Periodismo. La proposición del artículo es, cuando menos, provocadora: Talese traza un formidable perfil de Sinatra sin entrevistarle. No es que no lo intentara, es que La Voz no quiso hablar con él. Con semejante precedente, no extraña que Tom Wolfe, la figura más destacada del Nuevo Periodismo, le calificara de fundador.

Tampoco sorprende que Talese no quiera saber nada del Nuevo Periodismo. Aunque su estilo tiene un fuerte componente literario en la forma, pero basado en la realidad. Es literario y él no aparece. Los «explica», «afirma», etcétera no existen apenas en su obra. Pero su estilo es casi notarial, justo al contrario que el de Wolfe o el de otros patriarcas del Nuevo Periodismo como Hunter Thompson. Compárese, a efectos prácticos, el inicio del último libro de Wolfe, Back to Blood, puesto a la venta el 23 de octubre, con el del artículo publicado por Talese en The New Yorker el 24 de septiembre. «GOLPE el Bote Salta aerotransportado cae otra vez GOLPE otra hinchazón en la bahía rebota cae GOLPE en otra hinchazón y GOLPE salta aerotransportado con las sirenas de emergencia de la policía Luces Locas explotando GOLPE (...)» (Wolfe). «Una tarde del verano de 1974 un niño de 9 años se sentó en el Estadio Busch, en Saint Louis, a ver a los Cardinals jugar contra los Expos de Montreal» (Talese).

EL ESTUDIO. Talese ha escrito eso en el sótano de su casa, que ha transformado en un estudio que hasta tiene cocina y baño con ducha. Para ser alguien que ha hecho una más que considerable cantidad de dinero y ha alcanzado fama mundial contando historias de gente, no deja de ser curioso que no le gusten las ventanas (pero sí los espejos, porque reflejan la luz).

«No necesito salir de aquí», bromea. «¿Para qué quiero ventanas? Si viviera en un sitio como Madrid las necesitaría para ver la ciudad y lo que pasa en la calle pero ¿aquí? ¿A quién le puede interesar mirar la calle aquí?». Eso también es paradójico, porque Talese dice que los periodistas deben caminar por la calle con sus fuentes, y lamenta que en el mundo actual de la información todo se hace en interiores, a base de entrevistas y declaraciones.

Como tampoco le gustan las paredes vacías, en esta especie de santuario -aunque a él probablemente no le gustaría esa palabra y preferiría algo más normal, como «estudio»- hay colgados en todas partes carteles enmarcados, algunos de tono humorístico. En la escalera por la que se entra al sótano hay uno que dice «Telese». Otro es una foto de la placa de una calle, «Gay Street».

EL PERIODISMO. En esa gran habitación alargada y en la que evidentemente se siente a gusto y casi hasta un poco orgulloso es donde trabaja, sin teléfono ni correo electrónico. No suele usar mucho el e-mail. «La gente se comunica demasiado», dice. Poco amigo de la tecnología en el oficio, considera que la grabadora ha hecho que el periodista crea que conoce al entrevistado en media hora. Mejor no preguntarle por Twitter. Porque es un periodista que ha escrito artículos que hoy serían considerados libros, que cree que los editores deben gastar miles de euros en los reportajes, y que pertenece a la era del periodismo literario que necesita meses para escribir artículos y lustros para libros. Una forma de trabajar que ha desaparecido en un mundo con tabletas, internet, móviles y, en último término, la transformación del periodismo en entretenimiento o en vehículo de transmisión de ideologías.

«Hoy todo el periodismo se hace en sitios con techo, no en la calle», apunta resignado. Su necesidad de conocer, de hablar con la gente del entorno, de respirar verdad. «El periodista se pierde también los silencios, que muchas veces dicen más que las declaraciones».

El reino de Talese no es de este mundo, igual que su estudio no tiene nada que ver con una redacción. Escribe por la mañana aunque a veces corrige textos por la tarde. Su mesa está en un extremo del sótano. Tiene forma de U y en ella hay dos ordenadores. Uno, antiguo; el otro, un Apple enorme de pantalla plana.

La mesa está llena de carpetas que tienen en sus cubiertas la palabra «Voyeur» y fotos de mujeres desnudas, con estética de los ochenta, sin Photoshop y con peinados de la era de Top Gun. Las usa porque está escribiendo para The New Yorker un artículo sobre un voyeur. Su forma de trabajar parece metódica. Sus notas están escritas a ordenador. En los últimos meses ha tenido problemas de salud. Primero, lo que parecía ser un tirón en una ingle; después, estreñimiento; finalmente, un ataque de artritis. Eso se ha traducido en una procesión por los médicos de Manhattan, una cascada de tratamientos, de medicamentos y de pruebas, incluyendo una colonoscopia por si tuviera cáncer. Nadie diría que Talese, que cumple 81 en febrero, está enfermo, pero él ha documentado su calvario en cuatro folios pulcramente escritos a ordenador con 27 apartados en los que describe síntomas y visitas a los médicos. Lo ha hecho porque le gustaría saber cómo se miden los costes de los servicios de asistencia sanitaria, una materia de la que no tiene ni idea.

«Cuando contratas un seguro de salud estás apostando contra ti mismo, estás apostando que te vas a poner enfermo», comenta. «Y te conviertes en un cliente de la industria médica», mientras da a EL MUNDO sus notas «para que hagáis lo que queráis pero, si publicáis algo, tened en cuenta que la identidad de los médicos debe permanecer en secreto».

NAN. El sótano forma parte de una típica vivienda anglosajona de tres plantas, en la que Talese y su mujer, Nan, llevan viviendo desde hace más de 50 años. Comenzaron en el piso 3F, cuando decidieron convivir antes de casarse. Allí criaron a sus dos hijas, Pamela y Catherine, que ahora tienen 45 y 48 años. Poco a poco fueron comprando más y más apartamentos. En 1973, adquirieron toda la casa, que es un centro de reuniones de la intelectualidad neoyorquina. Porque los Talese son un matrimonio literario. Nan es una de las máximas responsables de Doubleday, sello de Random House, la mayor editorial del mundo.

Nan, impecablemente vestida de negro y con un gorro a juego, es la definición práctica de intelectual neoyorquina. Aunque su edad debe rondar la de Talese, ambos aparentan dos décadas menos. Acaba de estallar el escándalo David Petraeus, el director de la CIA que ha tenido una relación extramatrimonial con su biógrafa, y durante la cena Nan comenta de pasada que los hombres son proclives a la infidelidad. Una amiga del matrimonio, cuyo marido falleció hace pocos años, discrepa, y recuerda una norma de su matrimonio pactada entre ella y su esposo: «Una falta y estás expulsado».

Talese no sólo ha sido infiel a su esposa. Lo ha documentado y ha escrito sobre ello en el libro que más dinero le ha dado, Thy Neighbor's Wife (literalmente, La mujer de tu vecino). Es un título bíblico y literal. Talese mantuvo una relación consentida con la esposa de su vecino, participó en campamentos nudistas con «adulterio consensuado» y regentó dos casas de masajes en Manhattan para escribir una obra sobre la sexualidad en EEUU a finales de los 70.

Le llevó nueve años, y el resultado fue una especie de versión periodística de principios de los 80 del Informe Kinsey de la década de los 50. Thy Neighbor's Wife es el libro que más éxitos y disgustos le ha dado. Parte de la crítica lo trituró, y él admite sin problemas que las críticas negativas le afectan. Talese había corrido el velo que cubría a la sexualidad en EEUU y, de pronto, lo que se consideraban perversiones resultaba, una vez más, mucho más común de lo que se pensaba. Incluso hoy se sigue afirmando que los Talese tienen un matrimonio abierto, lo que no es cierto.

LOS PERSONAJES. Da la impresión de que a Nan le interesa el arte y a Gay las personas. O los personajes. Ella habla de museos en Madrid y de escritores españoles que conoce, como Ruiz Zafón. Él se centra en el escándalo Petraeus. Quien le llama la atención no es el director de la CIA ni su amante, sino «la otra mujer», Jill Kelley, cuya identidad se ha desvelado este mismo día. Kelley es la mujer que la ex amante de Petraeus consideraba una rival y a la que amenazó por e-mail. Para Talese, Kelley es el verdadero eje de la historia: «Es como Linda Tripp, la ex amante de Bill Clinton que animó a Monica Lewinsky a prestar declaración contra él». En ese momento, nadie conoce a Kelley. Pocos días después se convertirá, efectivamente, en el eje del escándalo, tras desvelarse que recibía trato de favor de los generales estadounidenses y que también está involucrada en un escándalo con el comandante en jefe de las fuerzas en Afganistán.

¿Instinto? ¿Casualidad? ¿Experiencia? Tal vez sea una mezcla de las tres. Lo cierto es que Talese se anima cuando se habla de personas. Ése es su fuerte. Empezó en el periodismo para hacer deporte -aún sigue jugando al tenis-, y ha logrado que sus perfiles de deportistas estén entre los mejores de su obra. Porque, al fin y al cabo, un deportista es alguien que, en su carrera profesional, siempre acaba perdiendo.

LA DERROTA. Talese espera recuperarse de sus problemas de salud para volver a jugar al tenis. Su padre murió con 89 años; su madre, con 99. Así que todo indica que todavía quedan perfiles y libros para rato. Pero ¿cómo afronta la idea de la derrota definitiva desde el punto de vista físico, él, que siempre ha sido una persona de una vitalidad formidable?

«No me preocupa la muerte ni lo más mínimo», dice, pero sí la idea de la enfermedad. «La muerte ideal es la de mi amigo David Halberstam», afirma, recordando a un ganador del Pulitzer que falleció en 2007 en un accidente de tráfico. «Murió en dos segundos. Nan y yo pensamos que, si tuviéramos que pasar por una enfermedad como un cáncer, que te destruye lentamente, sería mucho mejor poner punto y final con una píldora o una inyección».

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