La cultura vive lejos de Sevilla

Nevaba en Suiza. Y la nieve llegaba a la mitad de la ventana.Además, estaba aquella maldita conjuntivitis que le impedía conducir de noche y con la que los galenos del lugar no terminaban de dar. ¿Qué podía hacer un físico nuclear becado en el CERN entre las cuatro de la tarde y las nueve de la mañana, sin salir de su habitación?

Manuel Lozano Leiva encendió el ordenador, puso las letras a tamaño 26 y empezó a escribir una novela sobre una ciudad del siglo XVIII. La ciudad donde entonces se editaban más libros de toda Europa: Sevilla.

«Con esta ciudad tengo una relación, no voy a decir que más profunda, pero sí bastante distinta que el promedio. He estudiado muy a fondo su historia. Me gustan bastantes de sus cosas tópicas, es una de las ciudades más agradables para vivir que hay en el mundo, pero el sevillanismo militante le está haciendo un daño atroz. Y hablo de las cofradías, de Sevilla lo mejor del mundo...y todo esto acompañado de una dejadez tremenda. Por ejemplo, en el desarrollo de la cultura en todos los aspectos, que desde el siglo XVIII está asfixiada por un pseudosentimiento folclórico», sostiene.

Bécquer, Machado, Juan Ramón, Aleixandre, Cernuda, Montesinos: la columna vertebral con el granadino Federico y alguno más de la poesía castellana del último siglo y medio nació o se formó aquí. Todos tuvieron que irse, acaso por esa asfixia que describe Lozano Leiva. Pero la ciudad, aunque gravemente herida, sobrevive y trata de regenerarse creando nueva materia prima. Materia gris.

«Aquí, el elenco científico que hay es tremendo. Muy bueno. Desde luego, no peor que en las ciudades donde se respetan más esas actividades. En esa Sevilla que pasa más desapercibida es donde yo incido. Todas las demás, por más que me agrade la Semana Santa, por más que me agrade la Feria, soy miembro de una caseta, pesan como una losa sobre la ciudad. Aquí es mucho más famoso cualquier hermano mayor que Pepe López Barneo, que es de los científicos más insignes que tenemos», agrega.

A Manuel Lozano Leiva le irrita que en los medios de comunicación locales la conferencia que dio hace unos meses el premio Nóbel de Física Sheldon Glashow sobre el Universo fuera eclipsada por unas declaraciones de Ruiz de Lopera, probable antítesis de todo el que haya recibido o vaya a recibir un Nóbel. «La historia acabará poniendo a cada uno en si sitio», concluye a pesar de todo con un hálito de esperanza.

La historia es precisamente el Universo. La aparición del Cosmos creó el tiempo y el espacio, que son nuestros puntos de referencia para medir y medirnos. Las últimas teorías dicen a propósito que, como el mismo Universo, todos somos un conjunto de partículas que conviven en un equilibrio más o menos armónico. De modo que el Betis, por ejemplo, se lo debe todo no a Lopera, sino a la Ley de la Gravitación Universal.

El profesor Lozano, además de participar de esas teorías, cría, doma y monta potros. Suscribe, hasta haberla hecho suya, la máxima según la cual el mejor modo de recorrer Andalucía es hacerlo a lomos de un caballo. En ese trance es donde probablemente mejor se adquiere conciencia de la inmensidad del Universo. Es decir, de nuestra condición de liliputienses cósmicos.

«Ahora mismo se analiza si el Universo tiende a extenderse, a quedarse estático o a encogerse. Pero hablamos de una escala de tiempo de decenas de miles de millones de años. Y una civilización apenas dura cien. Es lo que para nuestra vida entera podría representar la brisa que se levante una mañana cualquiera», explica.

Ante la inmensidad, el hombre se hace preguntas. Qué hay más allá del Universo y cuál fue su causa. Sorprendentemente, para un físico esas cuestiones carecen de importancia: «El Universo es como una burbuja. La Física, por definición, sólo puede hablar de lo que hay dentro de ella, porque allí se dan las condiciones para definir el tiempo y el espacio. Fuera del Universo está el falso vacío, donde no hay materia, no hay fuerza, no hay nada.Allí no hay espacio ni tiempo y, por tanto, no podemos experimentar con él, y tampoco es que nos interese mucho. Si usted lo que quiere es saber qué hubo antes de esto, mejor se lo pregunta al párroco de la esquina, porque la Física no se lo va a decir».

Aunque agnóstico, Lozano encontró en la Biblia algunas intuiciones que llamaron su atención. El 'Hágase la Luz' pudo ser un atisbo del 'Big Bang', que en realidad fue un estallido de luz. Y eso de «polvos somos» es una verdad científica como un templo, porque «el hombre surge de materia, polvo, procedente de estrellas muertas».

Definitivamente, la Ciencia es una religión: la religión revelada a quienes tuvieron paciencia para aprender a desarrollar fórmulas, asimilar conceptos y retener principios. Su única diferencia con las demás es que, hoy por hoy, la Ciencia es la única religión que puede llamarse verdadera; la única que puede demostrar sus principios sin apelar a otra fe que la que cada uno tenga en sí mismo.

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