Otra feria que se va

Para la fecha del 26 de abril no había un boleto ni en taquilla, ni en el 20%, ni en la reventa disparada. José María Manzanares ha colgado el «no hay billetes» en sus tres tardes, que se dice pronto. Dos de ellas con Morante de la Puebla, que en Sevilla también pesa. Tanto como en Madrid. O viceversa. Por delante abría plaza López Simón. Toricantano en cartel de lujo. Dispuesto para su alternativa.

De blanco y oro. Primera comunión. Todo un sueño. Pero Asustado, el fino toro melocotón llamado a figurar en su efemérides, volvió por donde había salido con su cariavacada expresión a cuestas y su nulas fuerzas. Ganó Simón con el cambio. El sobrero sería el toro de Cuvillo de más clase de toda la corrida. Juncoso, para los amantes de los datos.

Más bastote y muy descolgado. Morante le cedió los trastos en ceremonia liada. El espigado nuevo matador se plantó en los medios por pases cambiados por la espalda antes de hincarse de rodillas en redondo. El cuvillo la tomaba con vuelo. En pie, lo mismo. Ligazón y tersura; envarada la figura; la muleta por abajo. Tres series de derechazos. La música. La faena basculó desde el centro del platillo al tercio, donde presentó la izquierda tardía. Jaleo de novedad y un pase del desprecio mirando al tendido. Y manoletinas para conquistar. A la hora de matar, atacó en corto. La rectitud por bandera. A ley el volapié. Dura la voltereta hiriente.

Manzanares saltó al quite sin capote en las manos; Morante, director de lidia, ni amagó, a su bola en el callejón. Sin comentarios. Entre la roja sangre del toro que bañaba la inmaculada taleguilla se distinguía perfectamente la más oscura del hombre. Un reguero de hematíes. La oreja fue de veras. López Simón aguantó la vuelta al ruedo completa, y se guardó en la enfermería para nunca más salir. Cirugía de urgencia. 

Para Morante quedaron tres toros, y para Manzanares los suyos. José María Manzanares oyó una ovación de aliento cuando se disponía a escuchar el clarín del miedo. Debió ser antes, al romper el paseíllo, el reconocimiento a las cuatro orejas y la Puerta del Príncipe. No importa. La Maestranza está con él en buena lógica. Pero ayer Manzanares no estuvo. O estuvo muy atacado. Pero sin atacar. Paró a pies juntos al tercero de cortas manos. Un zapato. Barroso superior con el palo por delante. Del mismo se soltó el cuvillo. Quedó entero para que Trujillo se luciera con los palos. Más genio el toro que otra cosa. Detrás del genio no había nada. Pinchó el estoquedador infalible. Una noticia. 

La cornidelantera testa del castaño quinto imponía por su agudeza. Manzanares cerró el arrebatado saludo con una media verónica de rodillas. Y luego chicuelinas populacheras. Bisutería de muestrario casero. Chocolate majó dos puyazos cumbres. Y su jefe de filas se puso. El encastado fondo del toro no halló muleta poderosa. Manzanares veloz, la pierna de carga escondida, largando tela. Y todo se coreaba. Así no es. El toro exigía a un torero al que hay que exigirle. Un cambio de mano con el sello de la casa. Pero precipitado incluso a la hora de matar. De pinchazo y estocada baja. 

A Morante no le embiste uno. Los lances por Chicuielo, de orfebrería como la media verónica al último, con las luces artificiales encendidas, iluminaron por sí mismos la plaza. La suerte no le sonríe a José Antonio el de la Puebla, pues este sexto no duró nada. Y lo que duró no se puso de verdad. Los otros no valieron. Se va otra Feria de Sevilla. Pasa la vida, se pasa la edad. 

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