Asociación de mujeres desgraciadas

"Algún día te encontraré". Lo dije en voz alta, con la mirada clavada al fondo del oscuro tambor de la lavadora, allá donde hay una especie de algo al que insulto a menudo y cuya misión es robar calcetines con el fin de deshacer las parejas. Se me ocurrió bautizar a algo para otorgarle una identidad más concreta ya que nuestra intimidad estaba más que establecida.

La imaginación me llevó hasta Aurorita, una chica que un día fue feliz y al dejar de serlo hizo suya la misión de que a su alrededor fuera infeliz cuanta más gente mejor. Fue un hombre quien la lanzó al abismo de una soledad no deseada, un aparejador sin proyectos y al que la burbuja del ladrillo estalló en la cara, pero consiguió un crédito y se compró un taxi. 

Ella tenía (aún tiene) una lencería en el barrio de Les Corts, un local de no más de 12 metros cuadrados a reventar de cajas de bragas y sujetadores, todo en un orden germánico, consecuencia de un ADN adquirido de su padre, emigrante en la Alemania en la posguerra, la nuestra. Algo se le pegó de todo aquello y el hombre sólo tuvo una obsesión: que su hija fuera universitaria. A Aurorita, que fue adolescene de hormonas desatadas en un festival de luces y colores, lo único que la motivó fue estudiar Filosofía y Letras porque había visto por la tele a un profesor de Ética que estaba más bueno que el pan. 

Consiguió licenciarse a base de cientos de polvos con profesores suplentes cubiertos en salud por su temporalidad. Así es que Aurorita, más bien poco agraciada, se convirtió en una experta en apertura de piernas y en un ejercicio casi militar en los lavabos de la Uni: rodillas al suelo, cabeza al frente, movimiento adelante y otro atrás. Lo del taxista duró siete años, toda una relación, y él, guapo como no está escrito, la dejó por Gladys, la chica que le atendía en una gasolinera de la calle Urgell.

Hoy Aurorita se dedica a acusar de infieles a las parejas de sus amigas con un solo fin: crear una especie de asociación de mujeres desgraciadas. Como ella. Lo curioso es que casi siempre acierta y el círculo de amargadas solitarias por un absurdo cuerno mal puesto o por el simple desamor, crece sin piedad. Igual que mis calcetines, que en solidaria compañía crecen y esperan a que algún día Aurorito les reponga una pareja que les fastidió injustamente. Mi algo del fondo de la lavadora no podía llamarse de otra forma.

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