Yelena la rusa campechana

A unas horas de la final, mi mensaje para Yelena Isinbayeva es: ojalá salgas por la puerta grande, con el oro, en Moscú, donde, hace ya tres años, decidiste que te retirarías. Se marchará siendo eterna, por lo que ha supuesto para nuestro deporte y, especialmente, para nosotras, tus compañeras de competición. Aunque siempre nos mirase desde arriba, inalcanzable, nunca nos miró por encima del hombro. Sentíamos su respeto, su simpatía. 

Captaba la atención mediática, en la pista se comportaba como la estrella que era, sin embargo, fuera resultaba bien maja. Para ser rusa, muy abierta. No puedo decir que sea mi amiga, pero sí que la conozco bien, muy bien, pues compartimos entrenamientos durante dos meses de 2007.

Por entonces, después de saltar 4,56 metros, mi entrenador, Jon Karla Lizeaga, y yo pensamos que sería una buena idea desplazarnos a Formia (Italia), donde Yelena estaba entrenándose con Vitaly Petrov, el hombre que ya había dirigido a Sergey Bubka, otro mito de la pértiga. Yo tenía carencias técnicas que pensé que podía pulir allí. La verdad es que me lie un poco. La estancia no resultó demasiado rentable en lo deportivo, pero me permitió tener una experiencia vital inolvidable.

Coincidíamos con Yelena durante muchas horas, porque, salvo cuando venía la selección italiana, apenas éramos cinco personas allí. Pocas veces estábamos en la pista al mismo tiempo, pero en algunas ocasiones se quedaba a verme, me aconsejaba... Me llegó, no sólo en lo deportivo, sino en lo humano. Vi cuánto se sacrificaba.

Ella había dejado a su entrenador de siempre, Evgeny Trofimov, y se marchó a Formia para trabajar con Vitaly –estuvieron seis años juntos–. Vivía lejos de su familia, en un sitio donde no hay nada que hacer. Sólo atletismo y lo cotidiano: coincidíamos para poner la lavadora y acordábamos juntas el menú para la cena. Éramos tan pocos que el cocinero nos preguntaba directamente qué queríamos. Ella casi siempre prefería pasta italiana y, como era diciembre, todavía lejos del momento clave de temporada, nos pasábamos un poco. No nos cuidábamos demasiado. Fue una suerte pasar aquel mes largo junto a ella, como fue una suerte desarrollar mi carrera en paralelo.

Muchas veces se le criticó por elevar el listón centímetro a centímetro, para ganar más dinero con sus récord. ¿Y quién no haría lo mismo? Además, los deportistas no sabemos dónde está nuestro límite. Avanzamos poco a poco, por eso es lógico que fuese centímetro a centímetro. Hay gente que insiste con eso, pero no es lo importante.

Lo que yo no olvidaré es lo básico: su calidad. ¡Qué buena era/ es! Venía de la gimnasia, su deporte hasta los 15 años, y eso la benefició muchísimo. Tenemos más o menos la misma altura y peso, fuertes y potentes, pero ella es técnicamente soberbia, única por la manera para canalizar toda la energía y recogerla para pasar el listón. En busca de secretos, he visto todos sus grandes saltos. Todos, menos uno, que fue un récord, en Helsinki 2005. Ese no lo vi, pese a estar allí.

Había sido un día de perros, tan malo que para el bronce sólo se necesitó 4,50. Lo pasé fatal y ya me marchaba, subiendo por la grada, cuando oí que ella iba a intentar el récord del mundo. "No puede ser", pensé. Lo hizo (5,01), pero yo no lo vi. Me fui del estadio. Me sentía tan pequeña... Me parecía un insulto que ella estuviese a ese nivel mientras las demás nos moríamos.

Esta tarde no lo tendrá tan fácil. Este año sólo saltó 4,78, mientras la estadounidense Jennifer Suhr logró 5,02 y la cubana Yarisley Silva, 4,90. No es favorita, aunque... ¿Alguien duda de que puede sorprender? Yo me alegraría infinitamente. Sería una despedida perfecta, en su casa, desde lo más alto. Y después, a formar una familia, a vivir, a alcanzar los sueños pendientes después de cumplir tantos otros.

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