Irving Saladino de electricista a campeón olímpico

«Todo lo que hago es pensando en mi familia y en mi país». Dice Irving Saladino (Colón, Panamá, 1983) que esas -familia y país-, son palabras, imágenes, ideas... Son, en fin, el impulso que se le pasa por la cabeza en los aproximadamente 1,8 segundos que le entrega al vuelo, fueron algunas milésimas más ayer en Hengelo (Holanda), una marca para la historia. El campeón mundial de salto de longitud puso ayer esa pequeña localidad, a una hora larga de Amsterdam, hacia el oeste, bajo la luz de unos focos aún dormidos en la temporada de atletismo. Saladino voló hasta los 8,73, números inesperados en una prueba dormida.

Tanto que la marca del panameño es la mejor en los últimos 14 años, nadie había llegado tan lejos desde el estadounidense Erick Walder (8,74), un dos de abril de 1994 en El Paso (Texas). «No esperaba saltar tanto en este momento», decía ayer el campeón del mundo en Osaka (Japón), agosto del año pasado, el primer oro mundial de Panamá, donde apenas hoy existe un foso de salto, una figura nacida allí y forjada, obligatoriamente, fuera. 

Desde finales de 2004 ha instalado su vida en Sao Paulo (Brasil) a las órdenes de Nelio Moura, gracias a una Beca de Solidaridad Olímpica. A sus 25 años, con la plata bajo techo en Moscú'06 como otro mérito internacional, el salto de ayer es el paso natural de una trayectoria planteada para triturar el récord mundial de Mike Powell (8,95), vigente desde 1991. La barrera de los nueve metros. Casi nada.

Saladino, por supuesto, quebró ayer varios registros, para empezar el suyo personal, paralizado en los 8,57 que le dieron el oro en Osaka. Fue en el último salto, cuando el italiano nacionalizado Andrew Howe celebraba ya su oro, arrebatado de pronto en el instante final, metáfora de una mentalidad humilde, sí, pero firme también. «Siempre da algo más de lo que le pides», dice de él su primer entrenador, Florencio Aguilar, el hombre que lo sacó del béisbol para meterlo en una pista de atletismo, más tarde en un foso de arena. Eso, el foso, fue lo que le impidió al panameño saltar más el año pasado en este mismo escenario. Se lo dijo a los organizadores y el foso del Fanny Blankers-Koen Stadium de Hengelo fue ampliado para este curso.

Con un viento a favor de 1,2 m/s, Saladino no esperó demasiado. En su primer intento, aterrizó y sus ojos se abrieron como platos. «Tuve que frenar un poco la carrera y modificar el despegue por culpa del viento», explicó a los periodistas, que enseguida empezaron a mandar los urgentes a las agencias de noticias. El salto no sólo era el mejor de los últimos 14 años, sino que convierte a Saladino en el séptimo saltador de todos los tiempos, por delante de su gran ídolo, el cubano Iván Pedroso. «Es como un sueño», concluyó tras comprobar de nuevo en el marcador electrónico que sí, que efectivamente esos números, un ocho, un siete y un tres, estaban junto a su nombre. La marca -la undécima de siempre, una lista donde Carl Lewis acapara cinco de las ocho mejores- anuncia la rebaja en los tiempos que hace poco marcaba su entrenador. «En dos años estará en condiciones de batir el récord mundial», decía Moura hace apenas un mes.

Después de su título mundial del año pasado, ausente en Valencia por una lesión, Saladino sitúa su mirada en los Juegos Olímpicos. Ya estuvo en Atenas, pero entonces, con 21 años, tuvo que viajar solo, fue atendido por médicos venezolanos porque la delegación de su país, escasa, no disponía de ellos, y con el peor salto de aquella temporada no pudo acceder siquiera a la final. El Canguro, como le han apodado en su país -donde ya puede competir en popularidad con el mayor mito de la historia del deporte panameño, el boxeador Roberto Mano de Piedra Durán-, ha anunciado que participará en las seis pruebas de la Liga de Oro de este año, después de ganar cinco de ellas en 2017 y permanecer imbatido durante toda la temporada.

Su altura (180 centímetros) lo ha convertido en centro de estudios permanente para ver cómo acomodar esa figura a una especialidad como el salto de longitud, especialmente en el momento de la batida y el vuelo. «Estamos trabajando una nueva técnica», ha desvelado, aunque no ha querido facilitar muchos detalles. A juzgar por lo visto ayer, va por el buen camino un chico que sigue a través de internet las evoluciones de otro de sus ídolos, éste fuera del atletismo, Mariano Rivera, el lanzador de los New York Yankees. Porque, dicho queda, el béisbol fue su primera gran pasión, entre otras cosas porque pasó un año entero en la ciudad de los rascacielos con su tía y eso, en la adolescencia, marca.

Capaz de hacer los 100 metros en 10.39 -cronometraje manual-, se ha acostumbrado plenamente a su vida en Brasil junto a su novia, Keila Costa, una saltadora brasileña, séptima en triple y novena en longitud en el mundial de Osaka. Pareja de altura.

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