El guapo de Ryan y su baile de graduación

La vida de Paul Ryan cambió para siempre el 13 de agosto de 1986. Sonó el teléfono y al descolgar escuchó la voz azorada de la secretaria de su padre. En el bufete le esperaban unos clientes y a media mañana seguía sin aparecer. Paul abrió la puerta del dormitorio y se encontró su cadáver entre las sábanas. Era demasiado tarde para reaccionar...

Aquella jornada fatídica sorprendió a su madre en la carretera y a Paul le tocó hacer las primeras llamadas para gestionar el funeral. «Los dos recordamos cada minuto de aquel día», decía esta semana su hermano Tobin, que aún reside en esta localidad del sur de Wisconsin donde su tatarabuelo James llegó huyendo de la hambruna irlandesa y donde vive también el propio Paul.

Aquí todos tienen palabras amables para el aspirante republicano a la vicepresidencia, que se quedó huérfano con 16 años y aprendió a madurar a la velocidad de la luz. Sus hermanos ya no vivían en casa y su madre optó por volver a estudiar. Paul madrugaba para cepillarle el pelo a su abuela enferma de alzheimer y llevaba una vida muy intensa. Jugaba al fútbol, pertenecía al equipo de esquí de la escuela y era también miembro del club de latín.

El dinero nunca faltó pero tampoco sobró en casa de los Ryan. Paul aprovechó los ahorros de su padre para graduarse y aceptó algún empleo ocasional. Por un tiempo estuvo sirviendo hamburguesas en un McDonald's y hasta condujo el camión salchicha de Oscar Mayer. Unas ocupaciones que no evitaron que sus compañeros le eligieran delegado del instituto prologando su carrera política y otorgándole el honor de presidir el baile de su graduación.

Al evento llegó acompañado por la hija de un masajista y ataviado con el atuendo sureño de Clark Gable en Lo que el viento se llevó. El anuario de 1988 atestigua que se graduó entre los primeros de la clase y también que sus compañeros le votaron como «el más lameculos» de su promoción. Un detalle llamativo si tenemos en cuenta la popularidad que mantiene hoy entre sus vecinos, que lo perciben como un joven sincero y trabajador.

No todos comulgan aquí con las ideas conservadoras del joven Ryan. Pero todos celebran que Mitt Romney lo haya escogido como segundo en su carrera presidencial y todos esperan que su irrupción en la campaña ayude a potenciar la imagen de una localidad cuyos habitantes soportan los efectos de la reconversión industrial que azota también a muchas otras ciudades del Medio Oeste.

Janesville (Wisconsin) sufrió un golpe muy duro con el cierre en 2010 de la fábrica de la General Motors: un edificio abandonado que tiene el tamaño de unos 10 campos de fútbol y que aún se puede ver a las afueras de la ciudad. «Llevaba abierta desde 1919 y llegó a dar empleo a unas 6.000 personas», explica a Crónica el abogado George Steil. «Fueron años muy difíciles para Janesville pero ahora todo está empezando a mejorar».

A Steil le gusta Paul pero no es imparcial. Sus padres trabajaron juntos y siempre votó por él. «Es un político muy conservador», reconoce, «pero articula muy bien sus opiniones y las expresa de una forma que no irrita a quien no tiene el mismo parecer». Él coincidió con Paul hace unos días en la fiesta de compromiso de su primo y no hablaron de política: «Allí estaba como uno más. Con una cerveza en la mano y contando sus anécdotas de caza».

Al candidato le encanta salir a pescar bagres y a cazar ciervos en los bosques de Wisconsin. A veces con rifle y otras veces con arco. Una opción muy popular entre los cazadores de Janesville y que requiere cierta sangre fría. «Al ver a un ciervo siempre siento la misma emoción», contaba Paul hace unos meses, «antes de disparar la flecha me tiembla instintivamente la pierna izquierda y el corazón me late mucho más fuerte».

Pocas personas conocen tan bien al candidato como Mavis Steil, cuyo esposo, ya fallecido, trabajó con el padre de Paul en el bufete donde todavía hoy cuelga su retrato y donde ahora trabaja su hijo George. «Toda la familia llevó la muerte del padre con mucha entereza», recuerda Mavis para Crónica, en el salón de su casa de Janesville. «El padre era una persona muy introvertida y muy reflexiva. Paul tiene más bien el carácter extrovertido de su madre. Es un joven valiente y con un pensamiento muy articulado. Una persona con una gran fortaleza».

Al igual que su hijo, Mavis tampoco es imparcial. Paul reclutó a su nieta para trabajar en su despacho de Washington y ella mantiene cierta amistad con él. El sábado pasado la sorprendió con una llamada justo después del primer discurso de la campaña. «Me dijo que había pensado en mi esposo y en lo mucho que le había ayudado al principio de su carrera», explica entre lágrimas. «Paul estuvo aquí justo antes de su primera campaña y le pidió a mi marido que le presentara a algunos republicanos influyentes. El sábado dijo que quería agradecerme lo que había hecho por él. Me pareció un detalle que dice mucho de Paul».

El aspirante republicano a la vicepresidencia fue elegido congresista con apenas 28 años, en noviembre de 1998. Pero ni siquiera entonces era un desconocido en Washington, donde había llegado seis años antes para ejercer como becario de un senador. La solicitud requería una carta de recomendación y se la escribió el economista Rich Hart, quien le dio clases de macroeconomía y que todavía hoy lo recuerda como uno de los mejores alumnos que ha tenido en la universidad. «Su curiosidad era insaciable», explica a Crónica desde su despacho Hart, que presume de haber introducido al aspirante republicano en las obras de Ayn Rand, Milton Friedman y John Locke. «Pasamos muchas horas juntos en este despacho», recuerda, «era un alumno excelente y una persona muy cerebral».

La inteligencia le abrió muchas puertas a Ryan, que empezó a trabajar en la fundación Empower America (1993-1995) y acompañó en campaña a su mentor Jack Kemp, que aspiró a la vicepresidencia en 1996 junto al senador Bob Dole. Probar suerte como candidato era sólo cuestión de tiempo y la posibilidad surgió al quedar vacante el escaño del republicano Mark Neumann.

Lo recuerda muy bien su amigo Tony Huml, que por entonces daba clases en un instituto y soñaba con triunfar con su banda de rock. «Paul había vuelto a Janesville para trabajar en la constructora y un día vino a verme tocar», explica a Crónica sonriente. «Al final del concierto me preguntó qué tal la música y le dije que ahí estaba intentándolo. Entonces me dijo que él estaba pensando en presentarse a las elecciones y me quedé de piedra. Los dos perseguíamos sueños salvajes pero sólo el suyo se ha hecho realidad».

Paul y Tony son amigos desde los seis años. Juntos vieron Tiburón en el cine de la esquina y jugaron al baloncesto en partidos cuyos detalles todavía discuten hoy. «Con 12 años interpretamos El doctor Jekyll y Mr. Hyde y él hizo el papel de detective», recuerda Tony. «Paul era muy buen actor, pero no tiene trampa ni cartón. Es lo que ves y tiene las ideas muy claras».

La primera campaña no fue fácil para Ryan, que compitió sin apenas recursos y en un distrito que no era precisamente un feudo conservador. Su gran baza era el apellido, que lo vinculaba con una familia cuyo escudo todavía cuelga en el pub irlandés de la localidad. «Aquí siempre hemos comparado a los Ryan con los Kennedy», decía esta semana una vecina recordando la condición de católico de Paul, su atractivo físico y su origen irlandés.

El joven Ryan llegó a rodar un anuncio de campaña caminando entre las tumbas de sus ancestros en el cementerio de Janesville. «Yo tenía mis dudas pero fue un éxito enorme e hizo llorar a muchas votantes», contaba esta semana el estratega republicano Brian Christianson.

El candidato superó con holgura a la demócrata Lydia Spottswood y desde entonces ha reeditado su triunfo en seis ocasiones. Pero Janesville también tiene disidentes como Robert Heidorn: un profesor jubilado cuya esposa sufre esclerosis múltiple y al que no le gustan los recortes sanitarios por los que aboga Paul. «Es un joven honrado y encantador», reconoce, «pero nunca le he votado y tampoco lo voy a hacer esta vez». Luego añade con sorna: «Aquí nunca lo tuvo muy difícil para ganar porque su rival demócrata era un médico que bebía demasiado».

Entre semana, el candidato duerme en su despacho del Capitolio. Pero el viernes vuelve a este vecindario acomodado de Courthouse Hill, donde los niños juegan a Star Wars a salvo del tráfico y donde unas monjas regentan una residencia para ancianos sin hogar.

Los tres hijos de Paul Ryan están matriculados en la escuela parroquial de St. John Vianney, donde a menudo los recoge su esposa Janna, que nació en una familia demócrata de Oklahoma y chapurrea algunas palabras de español. Viven en una mansión de ladrillo rojo que el matrimonio compró por unos 330.000 euros y donde ahora monta guardia un agente del servicio secreto que vela por su seguridad.

Al otro lado de la espesura está la casa donde se crió Paul. Se trata del edificio con una chimenea blanca donde vivió con unos padres que admiraban a Ronald Reagan y exigían a sus cuatro hijos puntualidad a la hora de cenar. «Los Ryan son una familia encantadora», cuenta su vecina Marcia, quien refrenda su opinión con un detalle personal: «Mi marido murió hace unos años y la mujer de Paul se quedó conmigo toda la noche. El fin de semana siguiente alguien llamó a la puerta y era él. Estaba allí porque sabía que mi marido solía llevar a mi hijo de caza y esta vez quería llevárselo él. Entonces no nos conocíamos tanto pero es un detalle que nunca olvidaré».

A muchos aquí les gustaría ver a Ryan, de 42 años, en la Casa Blanca. Pero quienes le conocen no saben si aceptaría el reto y aventuran que le habrá costado aceptar ser el segundo de Mitt Romney.

«Una vez me dijo que uno tiene que sentir una atracción especial por el poder para ser presidente», recuerda su amigo Tony. «Siempre dice que nuestras deudas son una carga para nuestros hijos y si ha aceptado es porque cree que allí puede tener más influencia en reducirlas que donde está».

Sus vecinos no son los únicos que empiezan a vislumbrar la posibilidad de un presidente Ryan. El profesor Hart se acercó al aeropuerto a recoger a su alumno hace apenas tres años, cuando el congresista volvió para pronunciar el discurso de graduación de su universidad. «Estuvimos charlando durante cuatro horas y las cuatro me las pasé intentando convencerle de que anunciara su candidatura a la Casa Blanca», recuerda. «Me dijo que tenía tres hijos muy pequeños y que no estaba dispuesto a desaparecer de su vida durante cuatro años».

El tiempo es oro para Ryan, que siente la urgencia genética que le plantea el infarto prematuro de su padre. «La vida es corta», decía hace unos días, «es mejor aprovecharla mientras uno la tiene».

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